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Vuelo de dorso

  • Foto del escritor: Gabriela Rae
    Gabriela Rae
  • 11 sept 2019
  • 2 Min. de lectura

¿Quién dijo que el ser humano no puede volar? No siempre es gratis ni es lo más accesible del mundo, pero de que es posible, es posible. La última vez que volé fue la semana pasada, un martes, para ser precisa. Y durante mi vuelo, mientras revoloteaban mis brazos y piernas, cuando me arrullaba el cielo blanquecino de concreto, pensaba en que el problema de creer en la imposibilidad de volar recae en la imagen normativa que desde siempre nos han metido en la cabeza: la idea de que sólo se vuela por los aires, atravesando el cielo cual avión que se sumerge en lo esponjoso de un océano de nubes.


Agua. Se puede volar sobre el agua. No se necesitan alas ni aparatejos metálicos ni alucinógenos, nomás se acuesta una boca arriba sobre la cama líquida y se deja ir en la dirección que se desee, que generalmente es hacia donde tenemos la cabeza, así todo derechito, hacia atrás y de regreso. No debe confundirse con el nado de dorso, pero si se requiere una pauta para diferenciar el nado del vuelo, ha de saberse que en este último el objetivo no es flotar, ni desplazarse de un punto a otro, ni mejorar la condición física o disminuir la barriga, sino permitirse estar con una misma, fluir en cuerpo y fluir en mente, ya que mientras el cuerpo surca las aguas, también se atraviesa el mar de pensamientos que se trae consigo, hasta que una se da cuenta de ello y entonces en lo que se piensa es en no pensar pa’ disfrutar aún más del vuelo; el chapoteo del agua se mete deliciosamente en los oídos y lo que se escucha es el sonido de otra realidad, una que no viene del exterior sino de la propia interioridad. La forma es tan exquisita y se está tan cómoda con ella, que pareciera ser esa la forma de la eternidad, del paraíso terrenal, o del elixir del alma; resulta casi imposible pensar que algo tan sencillo pueda ser tan pero tan sublime. Y sin embargo lo es, y sale a relucir cuando el cuerpo se encuentra con el muro de la piscina y bruscamente una se tiene que reincorporar y enderezar el rumbo en la otra dirección, lo más rápido posible para sumergirse en otros veinticinco metros del más placentero vuelo.


Quien siga pensando que no es posible volar, la próxima vez que vaya a su gimnasio de cabecera o a un destino vacacional que incluya agua en la cual se pueda remojar el cuerpo, intente hacer algo más que nadar, que cuando se llega al punto perfecto entre la acción y la autorreflexión, una no tiene que buscar el vuelo sino dejarse encontrar por éste. Y si ni aun así lo creen, pues…¡sáquense a volar!



De nubes en el agua. Por Sel V.K. (2019)

 
 
 

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