De cómo ser fuerte, o lo que es lo mismo, cómo ser Gabriela
- Gabriela Rae
- 29 abr 2020
- 5 Min. de lectura

Gabriela. Me llamo Gabriela. Como Gabriel, pero con una -a al final, como todo nombre que se “afemina”. Soy Gabriela, hija de Gabriel y nieta de Gabriel, aunque soy más Gabriela, hija de María Luisa y nieta de María Luisa.
Gabriela, como nombre hebreo que es, al parecer significa “hombre de Dios” o “la fuerza de Dios”. Dado que el significado no es exacto, prefiero creer que en Gabriela hay más fuerza que hombría, y que tal fuerza, en vez de tener carácter divino, es mi propia fuerza, que viene de mi esencia, de mi ser.
¿Cómo llegué a ser Gabriela? Pa’ empezar, me vengo enterando que fui nombrada hasta el mes de haber nacido. Tanto en el útero de mi madre, como cuando salí de ahí, fui “la hija” de mis padres, si acaso “la niña”, pero nada más. Soy hija única, pero no fui el único ni el primer intento de mis padres para tener hijos. El que pudo haber sido mi hermano mayor, nació sin vida. Creo que después de vivir algo así, mi mamá prefirió verme nacer -viva- antes que pensar en qué nombre iba a tener.
Y bueno, nací bien vivita. Y llegó la hora de buscar mi nombre. Y fue ahí cuando llegaron las propuestas, ¡y qué propuestas!
Mi papá buscaba nombres rebuscados y de las “artistas” de moda, como Yuri Tatiana, o sólo Yuri, o sólo Tatiana. ¡Ay, mi padre! Vaya herencia me hubiera dejado. Tengo tantas, tantísimas cosas que agradecerle a mi mamá, siendo una de ellas el haberle ganado a mi papá con la decisión de mi nombre. Definitivamente no sería la misma persona si me llamara Yuri Tatiana Ramírez Espinosa.
Natalia y Estefanía fueron los primeros nombres que le gustaron a mi mamá, pero lo que no la convencieron fueron sus diminutivos: Naty o Fany, y en que terminaría siendo nombrada así y no por el nombre completo. Y bueno, al final, la mayor parte de mi vida soy Gaby y no Gabriela, pero mejor Gaby, que Naty o Fany, según mi mamá.
Sí, mucho mejor Gaby que Naty o Fany. Me sumo al sentir de mi mamá.
Indecisión, seguimos con la indecisión. Hubo quién propusiera a mi madre que me nombrara como ella, pero yo ya hubiera sido la tercera María Luisa. “¿Tres María Luisa? ¿Otra Marilú? Ya no quería otra vez el nombre”, me dice mi mamá. También me cuenta que todavía al entrar al Registro Civil, mi papá seguía duro y duro con su Yuri Tatiana. Insisto, ¡me salvé por un pelito! Fue mi mamá quién quiso que me llamara como mi papá. No él. Que quizá no quería porque su primogénito, un medio hermano que tengo por ahí, ya era Gabriel Omar.
En palabras de mi mamá, “ya finalmente me pusieron simplemente Gabriela”. Simplemente. A mí me llena de alivio ser simplemente Gabriela. Una no puede ser simplemente Yuri Tatiana, un nombre así seguro no conlleva una vida simple, al menos no una infancia simple, porque ya en la adultez una puede cambiar tal nombrecito. Y bueno, tampoco es que ser Gabriela sea algo simple, no. Se siente como un nombre fuerte, valga la coincidencia con su significado. No es lo mismo ser Gabriela que Ana, creo yo.
Tampoco es lo mismo ser Gabriel, siendo mujer. El nombre menos rebuscado que proponía mi papá era ese. Mi mamá le decía: “¿Cómo Gabriel? Se va a pasar toda su vida especificando que no es Gabriela, que es Gabriel”. Sí, hubiera tenido que explicarlo toda mi vida, aunque explicaciones ya doy siempre, como que soy Espinosa, con s y no con z, o como que soy una mujer que ama a otra mujer y no a un hombre. En fin, el punto es que ya no fui Gabriel. Que por un lado, ahora que he conocido y me he adentrado en la cultura francesa, creo que hubiera sido interesante llamarme Gabriel, dado que en francés, Gabriela es Gabrielle. C’est la classe, ça !
Esa es la historia de mi nombre, de cómo mi mamá ganó. De cómo Gabriela ganó.
Decía, líneas arriba, que la mayor parte de mi vida he sido Gaby y no Gabriela. “Ya para todos fuiste Gaby”, dice mi mamá. Podría decirse que mi carta de presentación, a veces de manera literal, es ser Gabriela. Oficialmente, legalmente, académicamente soy Gabriela. Pocas han sido las personas que me nombran así una vez que me conocen y me tratan. Profesores, uno que otro compañero de aula, y todas aquellas personas con las que me cruzo de manera momentánea y burocrática; o mi mamá, que seguro me dijo Gabriela previo a algún regaño. Sino, siempre he sido Gaby.
Para mi mamá soy “su Gaby”, a veces Gabrielita. Mi nino Rafa -en paz descanse- siempre me saludaba con su inigualable ¡Grabiela!; algunas hermanas de mi papá me dijeron alguna vez Gaviota. En la secundaria fui Gaby Ramírez, ya que éramos cuatro Gabrielas en un mismo salón: Susana Gabriela (que terminó siendo sólo Susana), Gaby González, Gaby Guerra, y yo, Gaby Ramírez. No recuerdo los quiénes, los cuándos ni los dóndes, pero he sido nombrada algunas veces como Gabita, Gabicita, Gabu y Gabuchis. Hubo una época en la que Iris y Sel me decían Gabis; nunca les pude confesar que no me gustaba que me dijeran así. Todo menos Gabis, no sé por qué. Hasta la fecha, la señora Mary me dice así, la veo poco, por lo que pocas veces soy Gabis. En Francia soy Gaby (con acentuación en la última sílaba), aunque para mis suegros soy Gabilou. Soy Gab para Castro, pero para el resto de mis amigas soy Gabs. Diría que de un tiempo para acá, soy más veces Gabs y Gaby que otra cosa.
Gabs pa’ los cuates y Gaby pa’ la familia.
Y a todo esto, ¿yo quién soy para mí? Depende. A veces Gabs. A veces Gaby. Y en el fondo, siempre soy Gabriela, aun cuando soy Gaby, aun cuando soy Gabs. Sí, aun cuando se me nombre en diminutivo, siempre llevo la fuerza de Gabriela, porque yo soy Gabriela. Siempre llevaré esa fuerza ya que está dentro de mí. Aun cuando estoy triste, aun cuando lloro, aun cuando caigo, aun cuando me siento débil. Estando triste, llorando, cayendo, sintiéndome débil, sigo siendo Gabriela, sigo siendo fuerte.
He aquí lo que he sido antes de ser, lo que fui y lo que soy.
Está todo eso y está lo que quiero ser. Hace dos años descubrí que quiero ser escritora. Enfrentarme a ese deseo ha implicado, entre otras cosas, decidir quién quiero ser cuando escriba. Tardé un poco, sí, y quizá ni sea la propuesta definitiva, pero hace unos meses pensé en mi seudónimo: Gabriela Rae. Quizá no es muy original. Quizá cause controversia por hacer alusión a la gran RAE, pero me gusta cómo suena. Tampoco es que se aleje de mi verdadero nombre, ya que no es más que mi nombre de pila más la contracción de mis apellidos: Ra de Ramírez y la E de Espinosa, pero, cuando sueño despierta, Gabriela Rae me suena a nombre de escritora. Y es bello pensarme, sentirme y nombrarme así.
Fui, soy y seré Gabriela. Y me gusta. Me gusta lo que fui, lo que soy y lo que puedo llegar a ser. Me resulta imposible pensarme con otro nombre. Otra sería mi historia, mi presente y mi futuro. Otra sería mi fuerza. Otra sería yo, si no fuera Gabriela.
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