Anilla de lata
- Gabriela Rae
- 12 abr 2020
- 2 Min. de lectura

Conocí a Mane en San Joaquín, Querétaro, sede oficial del Concurso Nacional de Huapango Huasteco. Cuando la vi, no sólo me gustó, algo en mí supo que ella era La Persona, Mi Persona. Nunca he dicho que fue amor a primera vista, sería demasiado cursi; pero sí, ni cómo negar el flechazo que sentí cuando la conocí.
Ella venía con su amiga Saraí, quién resultó ser amiga de mi amigo Rubén. El punto es que estuvimos juntas en la final del concurso, la madrugada del 13 de abril de 2014. Se sentó a mi lado y compartimos unas cuantas palabras, varias miradas y una chela. Fue má-gi-co. Una acción tan banal terminó siendo súper trascendental. No duró mucho, ella y sus amigos se fueron. Nos despedimos sin más, sin decirnos nada más que "adiós", sin hacernos nada más que un apretón de manos.
Y se fue, y yo me quedé toda alborotada, por no decir que enamorada.
Aún sosteniendo la lata de cerveza, y sin dejar de pensar en ella, arranqué la anilla azul. Así como la acción, la anilla en sí era un objeto banal, pero terminó representando una de las promesas más importantes que me he hecho a mí misma. Me prometí buscarla, encontrarla y decirle lo que sentía por ella, sin miedo a recibir una negativa por respuesta.
Recuerdo que me dije: «Gaby, el “no" ya lo tienes, ve en busca del "sí"».
Fue así que la anilla azul terminó acompañándome, colgada en mi llavero.
No tardé en encontrar a Mane gracias a la conexión de Rubén y Saraí. Tampoco tardé en mandarle una solicitud de amistad, ni ella tardó en aceptarla. Lo que sí tardó fue el intercambio de palabras. Por mucho que me lo hubiera planteado, tenía miedo de escribirle, que me rechazara y que la oportunidad de estar juntas se desvaneciera.
Fue hasta una noche de junio que salí a deambular por las calles del centro de Querétaro, que sostuve mi llavero y observé por última vez la anilla de lata. Fue la última vez porque en ese momento le escribí. Y me contestó. Y seguimos charlando, y luego nos vimos y nuestra historia de amor continuó, y digo continuó porque nuestra historia empezó aquella madrugada huapanguera cuando compartimos la lata de cerveza.
Esa noche de junio tiré la anilla; había cumplido su objetivo, me había ayudado a luchar por lo que deseaba: el amor de Mane.
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