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La forma de Escritura de Miércoles: la forma de nuestra vida

  • Foto del escritor: Escritura de Miércoles
    Escritura de Miércoles
  • 1 may 2020
  • 7 Min. de lectura

Y es que para escribir no hay que ser escritor,

sino pasársela de incógnito buscando

algo que hay en el fondo de las palabras

y que se sabe que no se va a encontrar sino sólo a buscar

porque sería encontrar aquello mismo con lo que se busca

-el lenguaje, el pensamiento, uno mismito, etc.-

y eso es por definición, inencontrable.


Pablo Fernández Christlieb




Hoy, 1° de mayo de 2020, fecha en que Escritura de Miércoles celebra la primera de sus cumplevidas, no podíamos evitar festejar tan dichoso acontecimiento dedicándole -dedicándonos- un texto, y rememorando así, la forma de nuestra escritura, de nuestros miércoles, o sea, la forma de nuestra propia vida: porque revivir lo que este año hemos escrito, es revivir lo que este año hemos vivido.


Y con lo mucho que nos gusta conmemorar fechas, y todos los recuerdos que éstas albergan; y es que nuestros ciclos, nuestras vueltas al sol, son espacios para rememorar nuestra existencia, momentos donde podemos parar, mirar atrás pa’ luego volver a mirar hacia delante. En ese sentido, hoy hacemos pausa -de manera figurativa, claro, pero también de forma literal dada la coincidencia tan oportuna de celebrar en un día de asueto oficial- para regresar a los momentos que nos hicieron felices durante este año -esta vida- de bella escritura.

Y si de regresar en el tiempo se trata, podemos parar en 2016, año en que escribimos juntas una tesis harta bonita y en la que atesoramos ensayos que dan cuenta del pensamiento de la sociedad a través de la forma del arte urbano. De ahí lo de hacer de flâneur en la ciudad, de ahí Palmitas, de ahí el proponer comprender la transgresión del graffiti. De ahí el inicio de nuestra escritura conjunta. De ahí nuestros primeros textos.


Y así como cuando hicimos nuestra tesis decidimos mirar al arte urbano desde la psicología colectiva, no podemos evitar mirar nuestra vida desde ahí mismo, pero ahora también desde nuestras nuevas experiencias, desde la alegría de vivir pero también desde el dolor de ver una realidad a veces tan dura y a la vez tan indiferente, una realidad que nos cruza, nos mueve, nos duele, pero también nos invita a reflexionar y saber que nuestras experiencias no son a parte, son parte. Así, desnudarse por primera vez en un playa nudista no sólo es un acto de valentía, sino también de empoderamiento para desprenderse de todos aquellos juicios y mandatos que el mundo tiene sobre nuestros cuerpos, y entonces mandarlos a la chingada se vuelve un acto revolucionario. Así como mandar a la chingada al vato inoportuno no sólo es rechazar un coqueteo, es llevar un pañuelo verde para sentirnos seguras y, con suerte, hacer sentir seguras a otras mujeres; es ser feministas y enojarnos, apoyarnos, mirarnos desde ahí y alzar la voz, porque nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio, nunca más tendrán lugar en nuestros cuerpos, en nuestros sueños, en nuestros espacios, en nuestras familias, nunca más sin nuestro permiso.


La escritura se volvió este año el espacio para significar lo que vivimos, pero también aquello que perdimos y sanar el dolor de las ausencias en nuestras vidas. Porque no existe lo bello sin lo horrible, ya sea a través de una carta o de un simple párrafo, escribirles a quienes nos hacen falta nos acerca, nos permite platicarles lo que su vida dejó en las nuestras; rememorar, por ejemplo, todo aquello que una niña vivió a lado de su hermana de cuatro patas, Chiquis, para revivir juntas todas aquellas travesuras que las vieron crecer y que por siempre vivirán en el corazón de la ahora mujer que le escribe para honrar su memoria y contarle lo afortunada que es su vida por haberla compartido con ella.


Y nos deja contarles cómo se siente extrañar, cómo se siente una fecha tan significativa como el diez de mayo o tan común como el ocho de abril. La escritura le ha permitido a una hija contarle a su madre que su vida no volverá a ser la misma sin ella, que el dolor nunca se va a ir, pero que lleva en cada paso de su vida, el amor más grande que le dejó y la fuerza que de él se desprende. Le deja conectar con el dolor y resignificar la ausencia, para volverla inspiración y ser capaz de compartir que hasta el más grande dolor en la vida, puede sanar.


Escritura de Miércoles también nos ha permitido inmortalizar momentos breves pero sublimes, obsequiados por nuestra cotidianidad. Como cuando una nada en su gimnasio de cabecera y se sumerge ya no sólo en el agua, sino en sí misma, que ya no nada, ya vuela de dorso; o como ese instante antes de dormir donde los sueños se funden con la realidad; o como cuando se va al trabajo por el camino de siempre, pero aun así todavía se experimenta un instante de sorpresa por la maravilla del paisaje; o como cuando se anda por el metro y se tiene la fortuna de cruzarse con una hermosa sonrisa israelí que despierta un bonito no-sé-qué en una, que seguro se llevará consigo siempre.


Y hablando de no-sé-qués, no podía faltar el amor en nuestra escritura -aunque amor hay en todos nuestros textos: en nuestra mirada académica, en nuestra lucha feminista, en nuestro dolor, en nuestra cotidianidad, en todo lo que toca nuestra escritura. Y es que el amor puede tomar tantas formas, desde trocitos de galaxia -o sea, frambuesas; hasta la iridiscencia no sólo en las pompas de jabón, sino en personas que iluminan nuestra vida; o una simple anilla de lata, ya que cuando hay amor de por medio, hasta un cachivache de aluminio puede representar una de las promesas más importantes de nuestra vida.


Tampoco faltaron textos más personales, de tinte autobiográfico -más que otros, porque en el fondo todos los textos son espejos de nuestras vidas. Y es que para contar nuestra historia no necesitamos envejecer, ni recapitular cada momento de nuestra existencia, basta con elegir un pedacito de ésta, en cualquiera de las etapas que nos encontremos, y escribirlo: escribir sobre cómo se llega a ser Gabriela, escribir sobre las vidas que se cumplen cada diecinueve de febrero, o escribir la historia sobre una antigua aversión y reciente reconciliación con el aguacate.


Así, aunque no todo lo que vivimos lo escribimos -y no todo lo que escribimos lo compartimos- este espacio nos ha permitido darle forma a nuestras experiencias, significar lo más cotidiano y lo más extraordinario y volverlo en algo bello para nosotras -en el más estricto sentido de belleza: aquella forma casi completa, no perfecta, al contrario, imperfecta, cualidad que permite a quien la aprecia, adentrarse de lleno. Así se siente escribir para nosotras: viajar en metro, llorar, tener una pesadilla, amar, tener miedo, alzar la voz, VIVIR; y luego escribirlo para volverlo en algo imperfecto en lo cual nos volvemos a adentrar, y con suerte, conectamos con nuestras propias experiencias pero ya desde otro lado; y con más suerte, hacemos sentir a alguien más la belleza de lo cotidiano, la belleza de nuestros miércoles.


Si bien la escritura ha estado presente en nuestras vidas desde hace más de dos décadas, ha sido a partir de los últimos años que nos ha venido a acompañar de una forma más amorosa, más poderosa. Hemos hecho de la escritura una herramienta de vida, una forma constante de reconocimiento, de cuidado, de empoderamiento, de ser mujeres. Porque la escritura encarna nuestra voz y evoca nuestra historia; porque gracias a ella resignificamos nuestra vida, gracias a ella sanamos, gracias a ella compartimos sentires con nuestras compañeras y nos devolvemos, a todas nosotras, aquella voz que alguna vez nos fue robada. Sí, hemos hecho de la escritura una forma de habitarnos, de resistir, de crear, de vivir.


Y así como la escritura nos resignifica, también nos ha unido. Aquello que empezó como el sueño de terminar nuestra vida académica con un trabajo no sólo escolar, sino de vida, se ha vuelto un espacio donde somos nosotras, en individual y en colectiva de dos. Así, podemos escribir separadas para contarnos lo que somos y para luego leernos, pero también podemos ser cuatro manos escribiendo en un solo texto, combinando palabras, fundiendo ideas, volviéndonos una sola voz que lleva la forma y la vida de ambas, para volverse una poderosa forma de contar nuestras historias y un lugar seguro para encontrarnos, porque aun cuando estemos a un océano de distancia, siempre nos encontraremos y reconoceremos aquí.


Puesto así, la escritura es parte de nosotras, de nuestra vida, porque escribir no es sólo para publicar, escribir es primero para nosotras mismas y luego para compartir. El objetivo de todo esto no es ser escritoras famosas, el punto es vivir y resignificar y adentrarnos, y entonces invitar a otras, a otros, a adentrarse también. Y no sólo a adentrarse con nosotras, sino consigo mismas, consigo mismos, porque todas hemos vivido el miedo de sentirnos vulnerables, porque todos hemos amado más allá de lo que pensamos que era posible, porque todas hemos sufrido el dolor de las ausencias y tal vez hemos intercambiado sonrisas en el metro.


Escribimos lo que vivimos pero también callamos, también nos refugiamos en los silencios, ya sea de no escribir o de no publicar. Pero en esos silencios también vivimos, porque la belleza de lo cotidiano no sólo se muestra al escribirla, sino también simplemente cuando la vivimos.


De esta manera, podemos asegurar que nunca nos faltarán historias qué contar, porque como dice Pablo (2011) no se trata de buscar qué escribir, sino encontrar qué buscar, asunto que estamos seguras que no se nos dificulta, porque si algo hemos aprendido es a encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, y la belleza en ambos, y a mirar detallitos que nos encanta desmenuzar con nuestra escritura.


He aquí pues, nuestra forma de conmemorar la primera vida de Escritura de Miércoles, porque cada 1° de mayo no cumple un año, sino toda una vida, una vida ordinaria, sí, pero llena de minucias trascendentales que hacen de nuestra existencia -y quizá la de otras personas- una más bella.



Sin título. Por Sel V.K. (2020)


 
 
 

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