top of page
Buscar

Sonrisa israelí

  • Foto del escritor: Gabriela Rae
    Gabriela Rae
  • 16 oct 2019
  • 5 Min. de lectura

No tiene mucho que vi una imagen donde se exponía lo triste de las líneas paralelas, que siempre se acompañan pero nunca se tocan, y lo todavía más triste de las líneas transversales, que una vez que se cruzan se alejan para siempre. El mediodía del 14 de junio de 2018 me crucé contigo, sabiendo que lo nuestro no sería un paralelismo. Un encuentro, y sobre todo uno bello, no tiene que ser eterno para despertar tan placenteras sensaciones. Nunca sabrás lo que despertaste en mí ese día en el subterráneo. Y está bien. Nadie podrá borrar el bonito ángulo que formaron nuestras líneas ese jueves.


¿Cómo podrías haber pasado desapercibida? Vestías ese largo abrigo de un amarillo penetrante, sombrero de bombín negro – ¿de qué otro color podría ser? – y calcetines tipo medias – ¿o medias tipo calcetines? – color beige. Traías también una ligera mascada café. ¿Crees que si una mascada ya no es ligera, pueda seguir siendo una mascada? ¿O acaso su esencia radica en la ligereza?


Recuerdo tu pelo negro ondulado, aunque más memorable es tu olor, sin duda más penetrante que el amarillo de tu gabardina. Tu oloroso perfume era el de una viajera cuyas ocupaciones son más importantes que el tiempo de ducha, o cuyas circunstancias de alojamiento son limitadas. No juzgué la posibilidad de que no te hubieras bañado en días, pero sí, tu olor era bastante fuerte.


¡Ah, tus ojos grandes! Tus grandes ojos cafés. ¿Conocerás la canción de Serge Gainsbour, “Couleur café”? Es bonita, hay mucho café en esa canción, así como lo había en tu mascada y en tus grandes ojos.


« Couleur café,

que j’aime ta couleur café »


¡Y hablando de colores, ¿cómo olvidar el blanco de tus dientes?! Tus dientes eran muy blancos, el color de tu sonrisa era impecable. Más tarde supe que se trataba de una sonrisa israelí.


¿Que qué más observé antes de que te cediera el asiento? Primero, tu enorme mochila – ¿qué tanto habrás guardado en ella? Seguro muchas cosas, tantas que cargabas una segunda mochilita. Segundo, tu estuche. Eres músico. Ojalá pudiera identificar un instrumento musical con tan sólo observar el estuche en el que se guarda. ¿Tocas la mandolina? –¿Por qué no se dirá bandolina pero sí bandolín? – Si tan sólo supiera cuál es tu instrumento, podría imaginar tu música. Lo haría, te escucharía.


Perdóname, no sé por qué no te cedí mi lugar antes. ¡Y con tantas cosas que cargabas! Seguro la primera impresión que tuviste de mí es que era una mexicana guapa pero insensible, egoísta, nada empática. Podré ser mucho de lo primero, pero poco de lo último. Ojalá lo hayas notado más tarde.


El metro paró en seco dos veces y dos veces el gran peso de tu enorme mochila y el de tu instrumento cayó encima de ti haciendo que casi te cayeras. Dos veces soltaste un dulce “perdón”. ¡Dos veces pediste perdón, tú, que cargabas tanto y casi caes dos veces! Perdón yo, por segunda vez.


Pero al menos lo dije, tarde, pero lo dije. Te dije:


– ¿Te quieres sentar? – ¿Pero qué estaba pensando? ¡Claro que te querías sentar!


– Sí – me dijiste.


Me paré, te sentaste. Tomé tu lugar. En lo que acomodaste todos tus triques y te acostumbraste a no cargar nada y a tu nueva y momentánea calma, levantaste tu rostro y me diste las gracias. No sé por qué, pero sólo asentí con la cabeza para decirte un “de nada”. Espero que así lo hayas interpretado.


– ¿Viajas por México? – pude expresar uno o dos minutos después. Definitivamente tu acento era de muy lejos. ¿Pero qué tan lejos?


– No México. Israel – no importa que no hayas entendido mi pregunta, al fin y al cabo compartías una parte de ti con una extraña. – ¿Tú?


Torpemente hice un gesto con mi índice derecho para indicarte que era de “aquí”, susurrando la palabra “México”. Sonreíste gentilmente.


Hubo una pausa en nuestro intento de comunicación. De vez en cuando volteaba a verte, mucho en ti atraía mi mirada. Escuchabas música. Buscaste entre tus cosas y sacaste un libro. ¿Leías en inglés? Yes, I think so. Claro, tu boleto de avión. Lo miraste para luego voltear hacia los íconos del metro. Seguramente tenías que bajarte en la pirámide-con-punta-de…¿águila?-mitad-verde-mitad-amarilla. ¿Creerás que no recuerdo en cuál figurita yo bajaba? Al menos sé que no en la pirámide-con-punta-de-águila. Guardaste todo de nuevo.


¡Oh, cómo olvidar lo que ocurrió a continuación! Cerraste tus ojos y te sumergiste en tu música. Cuando no tarareabas, sonreías. Cuando no sonreías, tarareabas. Aunque si lo piensas bien, cuando una tararea es como si el alma anduviera bien sonriente. Interrumpiste tu ensueño, volteaste a verme y sonreíste, te sonreí, sonreímos juntas. Rete bien que se sintió, ¿a poco no?


Nuestro tren avanzaba y avanzaba, no tardaba mucho en que nuestras líneas se alejaran. Me empecé a inquietar, no lo puedo negar. ¿Alguna vez te ha ocurrido que, conoces a alguien y te gusta tanto su esencia que deseas tenerla en tu vida? ¿Que cómo conoces su esencia tan pronto? No lo sé, sólo se siente. Y si la esencia no es lo que se siente, sí lo es un enorme interés por conocerla. En fin, el cercano desenlace de nuestra historia provocó que deseara regalarte algo. Algo mío, algo de México, de mi idioma, de mi persona. Arte, en cualquiera de sus expresiones. No encontré nada entre mis pertenencias que pudiera obsequiarte, al menos nada tangible. Bueno, al menos podría decirte una última cosa, ¿no? Un Good luck! por lo menos. Tampoco pude decirlo.


Llegamos a mi parada y sin más, salí del vagón.


No quería hacerlo, ¿sabes? Una parte de mí deseaba quedarse ahí, frente a ti, aferrándose al tubo metálico, al menos unos cuantos segundos más, los suficientes para que nuestras miradas se cruzaran una vez más. Pero no sucedió…


Caminé unos ocho pasos – ¿o nueve? – y giré. Y ahí estabas, con tu mochilota, tu mochilita y tu posible mandolina. Cualquier otra persona podría haber pensado que estabas ahí inmóvil, indiferente a mi repentina partida. Pero no. Vi cómo despertaste una vez más de tu bello trance musical, reparaste en que ya no estaba ahí, contigo, y entonces pasó: giraste a una velocidad increíble deseando encontrarme, deseando despedirte, deseando sentirme una última vez. Y lo hicimos, las dos sonreímos inmensamente. ¿Qué tanto nos habremos dicho con esa sonrisa?


I loved meeting you ?


Thank you for smiling ?


I do not know how I know but your soul is very beautiful ?


Good trip ?


¿Adiós?


Todo eso, y a la vez otra cosa; una cosa harta bella. Meneamos nuestras manos en el aire, delicadamente. ¿Cómo se dice “hasta siempre” en hebreo?


Sólo así, guardando en mi pecho ese último vistazo que tuve de ti, guardando tu última sonrisa, es que pude dar mi noveno o décimo paso. Mientras caminaba y mientras te imaginaba en tu inmóvil andar, dibujaba en mi mente nuestras líneas, sabiendo que nunca más se tocarían. No estaba triste, nadie puede entristecerse al verte sonreír.



Y se fue. Por Gabriela Rae (2016)

 
 
 

Comentarios


© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

  • Facebook icono social
  • Instagram

Contacto

bottom of page