Palmitas: ¿paraíso de color?
- Escritura de Miércoles
- 15 may 2019
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Mucho calor y poca sombra en la Bella Airosa, caminando sobre unas vías del tren en medio de la ciudad ya se alcanza a ver en el horizonte algo que resalta del resto del paisaje; las fotografías lo habían retratado bien, se ve casi igual, excepto porque en su enfoque no salía más que los colores brillando en su esplendor, y en la realidad resultan diferentes del resto del paisaje, pues en contraste con tantos colores, lo demás llega a verse un poco gris.

Teniendo a la vista el destino, empiezan a aparecer letreros en cada esquina que advierten: “Pachuca se pinta” y “Pachuca se pone más bella”, y no queda duda de que la ciudad -aunque sólo sea una colonia- se ha llenado de color cuando uno cruza el puente peatonal igual de colorido que el “macromural más grande México”, y donde pareciera que antes de atravesar el umbral -ese que lleva al “paraíso” de color- a uno le meten porque le meten las cifras encantadoras -en el sentido de encantar o embrujar- del proyecto, como si fuera ultramega necesario saber que 450 familias y 1800 habitantes fueron beneficiados para así creer que se trata de verdad de un lindo proyecto de intervención social, claro, porque los resultados se miden en números, y entre más apabullantes, más son los beneficios para la comunidad. Y vaya que es bonito, eso no se puede negar; si se busca acercarse al mural, subiendo y caminando -literalmente- dentro de él, el color envuelve por todos lados; las calles son empinadas, algunas están hechas de escalones altos -también llenos de colores- que hacen la subida y bajada un poco más fácil; pareciera que en todo el barrio no quedó ningún ladrillo olvidado.

Es domingo, aunado a un sol en todo su esplendor que parece mantener a la gente en el resguardo de su casa, los perros buscan la sombra y la disfrutan durmiendo, a menos que sea necesario pararse a ladrarle a algún desconocido -deben rondar mucho últimamente- y el señor de las paletas que viene de lejos aprovecha la sed de quienes andan por ahí para venderlas, recordando que de donde él viene no se ven esas cosas, esos colores, esos proyectos. Y como en todo lugar, no falta la tiendita de la esquina, esa donde no sólo circulan dulces y refrescos helados, sino el pensamiento del lugar: y lo que cuenta es que sí, que vinieron a pintar; que sí, que se ve bonito; y sí, vienen de lugares lejanos a visitarlo y hasta extranjeros, pero nada más. En medio del color, del lado contrario y oculto al paisaje que se refleja hacia el resto de la ciudad, de repente aparecen otros colores, pero ya más elaborados, emergen rostros que tal vez sean reconocidos por ahí y también historias contadas en una sola imagen. Y cómo no, también se encuentran a quienes las habitan todos los días, que dicen que, si hubieran sido ellos los que hubieran participado, y sus manos las que hubieran pintado, no hubiera quedado tan bonito.

Tal parece que la versión de los medios, del colectivo protagonista y encargado de darle color al proyecto, e incluso la del Estado, difieren mucho de lo que se siente al estar dentro del barrio; lo que se siente es que tanto color cambió una colonia, sí, pero sólo su cascarón; lo que duele no es que el arte urbano sólo embellezca un espacio, sino que se ponga en alto procesos que si bien, sí pueden ser propiciados por este movimiento, en este caso da la impresión de que sólo son usados como una mera estrategia de los de arriba; pero como la mayoría de los corazones mexicanos, Palmitas es agradecida, claro, sea mínimo por tener las casas pintaditas y más llamativas que el color virgen del cemento, y sentir lo bonito que quedó. Pero parece que el poder alcanzó a ver el potencial del arte urbano no para mejorar la calidad de vida, sino para que sólo aparente que la mejoró; encontró lo bonito que resulta maquillar una realidad de colores que se ven a lo lejos, apropiándose de la intención del arte comprometido con su realidad y retorciéndolo para sus fines: lucir interesados en el arte mexicano y en los barrios e ir a inaugurar -como si fuera tienda nueva- la renovada imagen de la comunidad, parándose el cuello de que el Estado no sólo mueve al país, sino que también lo pone más bonito.[1]
Así es como Palmitas, el llamado “primer barrio mágico del país”, no sólo tiene una gran gama de color, sino una gran gama de discursos, de versiones que se contradicen, pero sobre todo, un sentimiento que más que esperanzador, se tiñe de un color sin luz, ya que aparenta tener el color del arcoíris pero esconde tanto en sus promesas de cambio social, que en realidad se opaca y endurece con el falso brillo de la institucionalización, pues estar dentro de él es sentir que no pertenece a quienes lo habitan, sino que fue sobrepuesto y al no estar bien fijo, bien asumido, se tambalea. El color entonces, no sólo es una herramienta de resistencia del arte urbano: tener cuidado, pues el poder también se pinta, y rete bonito.[2]
[1] “Nada más alejado del muralismo utilizado desde una postura crítica, pedagógica, social, útil o propositiva, sea en beneficio de quien sea. Incluso hay muralismo oficialista e institucional, que independientemente de la ideología, genera obras bien hechas […] Este no es el caso. Esto es decoración urbana, es maquillaje puro hecho con la gama de colores de una casa de pinturas trasnacional disfrazada de mexicana que dona materiales para deducir impuestos. Encima, la falta de escrúpulos hasta para mentir ya que es falso que exista un consenso comunitario, siendo que en muchos casos fue una imposición a la colonia en formas y colores al margen de la opinión de los propios vecinos cuyas casas fueron pintadas sin su consentimiento” (Castellanos, 2015).
[2] Las versiones que se encuentran acerca de este proyecto muestran que fue producto del Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia de Pachuca, en el estado de Hidalgo; tuvo un costo de 5 millones de pesos, se contrató a un colectivo -Germen Crew- para que hiciera el trabajo en la colonia que consistió no sólo en pintar, sino en hacer talleres con la comunidad, todo con el propósito de promover la integración entre los residentes de Palmitas y cambiar la imagen negativa del barrio. También se encontró que, al inaugurar el mural, el presidente Enrique Peña indicó que el índice de violencia en la zona logró reducirse un 34%, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública (Martínez D., 2015). Estos son los datos oficiales, lo cuales anuncian el proyecto como un éxito, anunciando cifras positivas sin dar mayor explicación de cómo se obtuvieron. Esto genera algunas interrogantes, por ejemplo, si el hecho de atraer tanta atención no sólo del país, sino internacional, y el hecho de haber invertido una gran cantidad de presupuesto en el proyecto, no representan cierta presión para dar al proyecto como exitoso. No se trata de decir que fue algo dañino para la comunidad, se pudo sentir que la gente está agradecida por los nuevos colores del barrio, sin embargo creemos que generar lazos en la comunidad no tiene que ver -solamente- con cifras que disminuyen milagrosamente y tenemos cierta desconfianza de un proyecto que se inaugura con la figura principal de un Estado que lejos de interesarse por disminuir la violencia, se ha encargado de ejercerla él mismo.
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