Haciendo de flâneur en la ciudad
- Escritura de Miércoles
- 5 abr 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 1 may 2019
La calle es ese lugar de la ciudad por el que todo el mundo transita. Uno sale de su casa y encuentra la calle, y cuando llega a la esquina, gira a la izquierda, o a la derecha, o atraviesa la avenida -que sigue siendo una calle, pero una más grandota- para llegar a otra, y así sucesivamente hasta que llega -o no- a su destino. El destino puede ser el trabajo, el parque, la tortillería del mercado, la fastidiosa fila del banco u otra calle.

Pareciera ser que para esta sociedad la calle es eso que estorba para el tan añorado destino, sobre todo si uno piensa en los trabajadores y empleados tan apresurados y hasta enajenados que corren y transitan rutinariamente por las mismas calles, y luego por los pasillos del metro para alcanzar el siguiente tren, tratando de no perder tiempo para empezar a ser productivo, y uno entiende pues, que entre más rápido se dejen atrás las calles, más rápido se gana el pan de cada día.

Sin embargo, cuando se tiene la intención de recorrer la calle sin destino alguno, sólo por el mero gusto de estar en ella, el camino parece volverse algo diferente, porque uno necesariamente se encuentra con las mismas cosas que estaban ahí antes, pero ahora parecen distintas, porque ahora no están de paso, sino que ellas mismas son el destino, y ahora el semáforo no sólo permite cruzar, sino que también sonríe y el camino que se sigue regularmente de prisa ahora parece disfrutarse. Cuando esto pasa, eso que uno hace es callejear[1] por las calles, hacer caso a un instinto callejero que te va diciendo hacia qué calle dirigirte a continuación, descubriendo en cada fachada, en cada esquina, en cada avenida, algo diferente: uno se convierte así en flâneur,[2] en un habitante de la ciudad que no camina sólo si este acto persigue un fin, sino que camina por caminar, por sentir en cada paso su entorno, incluyendo al arte urbano que lo envuelve.

Si ya se sabía que el arte urbano tiene como lienzo las calles de la ciudad, y que este movimiento tiene un sinfín de expresiones y que éstas cada vez son más, si uno baja la velocidad de su paso y empieza a callejear por la ciudad, esto no sólo se comprueba, sino que se siente, pues se va develando poco a poco aquello que se había ignorado antes, y uno se encuentra con lugares, recovecos, colores, arte donde menos se espera. Al final, sólo quedan las ganas de seguir encontrando más. Y es que no es lo mismo ir al trabajo de prisa y ver a lo lejos un mural o entrar a una tienda con una fachada llena de graffitis, que salir sin prisa y poderse detener a contemplar la obra y reflexionar sobre cómo y cuándo fue que los graffitis invadieron aquella tienda. La diferencia no sólo radica en la velocidad del paso, sino en la forma de la mirada hacia la ciudad.

[1] Callejear es “una especie de lectura de las calles” (Allepuz, 2014:60).
[2] “Concepto creado por Baudelaire, que encarna el espíritu del habitante urbano parisino a finales del siglo XIX [que distaba de ser el hombre programado de la actualidad]” (Tristao, 2012:46). Hernández (2011) ahonda en este concepto francés enunciando que “construye una referencia hacia la figura de la vida cotidiana de un caminante urbano, un paseante que bajo circunstancias particulares en términos de desarrollo urbano distingue por medio de una preponderancia de la mirada en el entorno urbanístico al caminar, al andar, la lectura, escritura y el discurso de la ciudad sujetada y a la vez sujeto del desarrollo específico de una cotidianeidad que disipa las huellas de los individuos en la multitud de las grandes metrópolis”.
Comentários